La mirada

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¿Has pensado alguna vez que según como los demás te miren tú construyes la percepción que tienes de ti mismo? ¿Te has planteado que, de igual manera, la forma como tú miras a los demás puede construirles o destruirles? Patricia Maxwell, experta en educación afectivo-sexual, explica la importancia de la mirada: “Si me miran me están revelando mi identidad, y eso significa también que me pueden revelar una falsa identidad. De esas miradas que cada día se posan sobre mí pueden nacer mentiras que me condicionan sobre quién soy yo, de qué soy capaz y hacia dónde voy”. Y es que la mirada refleja la intención del corazón y la actitud que la persona que mira tiene ante la realidad. En tres pinceladas Maxwell explica cómo una mirada puede reducirnos y limitarnos o, por el contrario, sanarnos y vivificarnos, para sacar a flote lo mejor de nosotros mismos.

Por Mar Solís

1. Mirada limitante

Es la mirada que recibes una noche saliendo en una discoteca: notas que alguien te mira sólo por lo que puede “sacar” de ti. O quizá no tengas que irte tan lejos, una mirada pue­de ser limitante porque no se esfuerza en conocerte de verdad, se queda en la superficie de lo que tú eres. Esa mirada que te pone un rótulo y te juzga sólo por tu apariencia externa es la mirada que hace que pienses: “Tal y como soy, no soy suficiente”.

2. Mirada total

“Mi amigo Pablo es un gran ejemplo de esta mirada, él me ve tal y como soy y aun así me sigue queriendo. Apuesta siempre por sacar lo mejor de mí y no ve sólo lo que yo le dejo ver, sino que ve todo lo que soy, ve mi verdadera identidad (hija de Dios) y decide relacionarse conmigo desde ella”, cuenta Patricia. Esta mirada con la que Pablo le mira es la que le recuerda quién es, le revela su verdad y la impulsa a vivir en ella.

3. Mirada rescate

La mirada que llena las mentiras de tu identidad y te hace mirarte desde los ojos de Dios es la de “rescate”. Es, por ejemplo, la del confesor, quien después de decirle aquello que más te avergüenza, te mira y en él ves un amor más grande. Ante la mentira de “si alguien viese la totalidad de mi corazón, no me querría”, la mirada de alguien que lo ve y decide quedarse con tu miseria es aquella que te dice sin palabras: “Es bueno que existas.”


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